miércoles, 22 de febrero de 2012

Algo acerca de el síndrome Burnout



 Blogs | Francisco R. Breijo-Márquez  
Burnout (“agotamiento”) es un término empleado en el campo de la Psicología  para intentar explicar la experiencia, a largo plazo del  agotamiento y la disminución del interés por el trabajo u oficio desempeñado por una persona a través de los años. Fue acuñado por Herbert Freudenberger en 1974 como un agotamiento fisco-psíquico del personal  trabajador. Quizá es más conocido por  “síndrome del quemado”: El individuo trabajador… ¡ya no “puede más”…: No puedo con la Vida!

Los últimos estudios al respecto parecen indicar que-  los médicos generales – son los individuos que tienen la mayor proporción de casos de agotamiento, alcanzando un alto porcentaje (alrededor del 40%).

Actualmente – y por fin- ya está reconocido como una enfermedad laboral en el CIE-10 (código internacional de enfermedades) como "Problemas relacionados con la dificultad de gestión de la vida laboral". Pero, como resulta evidente y obvio, no son los médicos los únicos “sufridores” de este problema: Todos, absolutamente todos/as los trabajadores/as pueden llegar a padecer este tipo de fenómeno. Fuere cual fuere su tipo de profesión u oficio. Maslach y Michael Leiter, definieron la antítesis del burnout (una especie de “echarle narices al tema y  no sentirse superado por él”) como un auto-compromiso.
Un compromiso personal, intransferible y,- si me permiten la licencia-, “tomado por “uno mismo y por unanimidad”.

Este compromiso se caracteriza por aportar una mayor energía, mayor participación ,mayor la eficacia  y- si es preciso- echar horas extras no remuneradas - en el desempeño de las tareas propias del individuo en relación a su trabajo; es decir,  lo opuesto al agotamiento, cinismo (que también lo hay…. ¡y mucho!) e ineficacia.  Sin embargo, en la experiencia que uno tiene, esta postura ni es valorada ni es agradecida por la inmensa mayoría de los “superiores”…mandamases. Infinitos y eternos…desgraciadamente.

Uno ya no sabe cómo ese tipo de mandamases, infinitos y eternos, son capaces de nadar contra-corriente -si es preciso- con tal de no perder sus privilegios. Privilegios que son, una veces adquiridos y otras (la mayoría en mi opinión) concedidos.

Pero... ¡Ay!: Santa Rita, Rita, Rita…lo que se da…no se quita. Particularmente no me queda otra que quitarme el sombrero (menos mal que nunca lo uso) ante ellos: ¿cómo lo harán? ¡Joer!… ¿cómo lo harán? Por favor, ¿no me digan que no es de “chapeau” (o como se escriba en francés)?
Hay muchas teorías de cómo es el proceso hasta llegar al síndrome completo: mayor rendimiento en el trabajo, producción mayor de la exigida, hacer más horas “extra” no remuneradas (manda güevos…que dijo un Presidente de las Cortes Españolas de cuyo nombre ni quiero ni me interesa acordarme ahora mismo) y un largo, etcétera. Pero, en éste artículo…no vienen al caso el describirlas. Al menos para mí.

Si volvemos, someramente, a lo científico, se ha estratificado  la producción de este “síndrome” en doce fases, a saber: Compulsión a probar que uno se  encuentra a menudo al principio, es la ambición desmedida. Esta es su deseo de demostrar su valía, mientras que está en el lugar de trabajo.

Trabajar más duro porque tienen que demostrar su valía a los demás con el fin de cumplir con estas expectativas, tienden a centrarse sólo en el trabajo, realizando más trabajo de lo que normalmente les corresponde. Puede suceder que se obsesionan con hacerlo todo ellos mismos. Así  demostrarán que son irreemplazables, ya que son capaces de hacer tanto trabajo, sin enrolarse en la ayuda de otros.

Descuidar sus necesidades puesto que todo lo que han dedicado a trabajar, merma el resto, (amigos, familia, comer, dormir, otras cosas, primariamente imprescindibles, pero que no voy a escribir, etc.) para ser visto y valorado como imprescindible. Desplazamiento de conflictos donde, la persona se ha dado cuenta que lo que está haciendo no está bien, pero es incapaz de ver la fuente del problema.


Revisión de los valores, etapa en que la persona se aísla de los demás, evita los conflictos, y cae en un estado de negación con respecto a sus necesidades físicas básicas. Negación de los problemas emergentes, donde la persona comienza a ser intolerante con ella misma y con su entorno. Retiro, tienen sentimientos de estar sin esperanza y sin dirección.
Cambios en el comportamiento habitual.

Despersonalización, pierde el contacto con el mismos. Vacío Interior. Depresión. Y… ¡hala! el propio Síndrome de Burnout: se hunde física y emocionalmente y busca atención médica inmediata. En casos extremos, por lo general sólo cuando la depresión está involucrada, la ideación suicida puede ocurrir, como una válvula de  escape de su situación. Sólo unas pocas personas en realidad se suicidan: ¡Gracias a Dios o a quien corresponda!

Si le echamos (o añadimos, que parece “más correcto”) a todo esto el que, por una llamada “crisis internacional” (que para un servidor no es otra cosa más que un populismo benefactor para quién corresponda), no solo no te auto-valoras, no solo no te valoran los mandamases, sino que además “cobras menos a fin de mes”, pues: Apaga y... ¿nos vamos? Quién no se haya sentido alguna vez así, puede tirar la primera piedra. O, simplemente, que lo diga bien alto y sin pasilleos ni conversaciones de salón.

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